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Mostrando entradas de 2019

Ayahuasca.

Me pesa la cabeza. Me hunde. Me clava al suelo. Gravedad. Órbitas. Vacío. Las ideas que tienes se pudren entre los límites que te impones. Surges, y sufres, al ritmo de mis canciones. Nébula. Orión. Caleidoscópicas las ilusiones que me metes entre los dientes, donde todo chirría, donde todo se siente. Cartuchos vacíos.  Balas huecas. Pólvora seca y traición putrefacta. Quiero verte caer entre sábanas y mantas, cólicos yermos entre lo que dices y lo que matas. Quémame la piel con ácido y yesca, que no me quede nada de lo que ayer  se quebraba.

Pétalos.

Esto no es tristeza. Esto no es necesitar a alguien que te sepa escuchar. Esto no es cuestión de palabras. Esto es lo que soy ahora. Y no se puede cambiar. Evolucionar es la ley innata,  que no se escapa, ni se asusta cuando de alguna manera siempre sacas la carta más astuta. Lidiar con la abstinencia es lo peor de tus drogas, porque que me operen a dolor es admisible, pero tú tienes que avisarme antes de tirar, porque esta tirita es como una presa de piel, carne y hueso, que frena y disipa la presión de lo que hay debajo, de lo que nadie quiere ver, de la cicuta que corre por mis venas. Nada crece si no lo riegas. ¿Habrá rosas en Júpiter?

Tumba.

Todas las cosas bonitas pasan en un extremo de la línea que, un dia tras otro, te empeñas en trazar. Y en el lado opuesto estoy yo nadando en mi propia sangre que solo existe para escribir esta mierda.

Azufre.

Siempre llego a los lunes con muchas situaciones que analizar entre sien y sien, como una ensaladilla rusa llena de cosas aunque solo importen las patatas. Cambio como el tiempo, por estaciones, aunque ya no mucho porque tú sigues plantando eucaliptos donde yo ardo. Caminas despacio, sin rumbo y sin pausa. Acechando a lo que siempre se te acaba, lo que nadie puede darte y solo tú puedes quitarte. Te gusta bailar como Fred Astaire, pero no te gusta el claqué, así que te quedas quieto y vacío sopesando cuál es la manera más rápida de anestesiarte. O de matarte. Ya depende. Los martes no suelo funcionar muy bien, se me llena el estómago de bilis y tiendo a comer más aire que de costumbre, más que ayer. Siempre me caigo de la cama cuando sueño y siempre sueño que me caigo de la cama. He llegado a la conclusión de que, como dijiste, mis esencias están en las caídas. No me gusto si no respiro, se me pone la cara roja y se me hincha el bazo pero alguien me dijo

Girasol.

Ay, alma mía, cómo voy a salvarte si cada vez que te miro, te tiras. Que entre terribles visiones me muevo, me desplazo, buscando lo que nunca consigo, lo que siempre es nuevo. Ay, despertares perdidos, cómo voy a buscaros, si todo lo que me dais, lo acabo desperdiciando. Cambias y cambias, de primavera a enero, desapareces de mis calles escondiéndote en mi cuello, delator, roto y muerto. Ay, luz desmedida, no me quites, por favor el veneno que  mi garganta ansía.

Over.

Soy la cara de algo roto, soy la cara de algo muerto. Me das la espalda cada vez y sigues sin titubear hacia el inevitable ocaso de lo cómodo. Soy la cara de la que huyes, soy la nuca que te atisba. Obligada a ver el daño que has hecho cada día en cada muslo, en cada pulso. Soy la cara del abandono, soy la tez del veneno. Te estoy viendo arder antes de tiempo mientras me arrancas las costras para que siga fluyendo tu opera prima. Soy la cara que me dejas, soy tú.

Gardenia.

Que me tengo que tapar los ojos cada vez que necesito verte, calzarme deprisa y estar siempre lista para correr por si, de repente, te da por mantenerme la mirada durante más de un segundo, por si verte oscurecer siempre que aceleras el paso hacia la dirección contraria deja de cortar. Demasiado vieja para liberarme y escapar, me descubro encadenada a tu calavera sin sesos, desnutrida y sin aliento, mis heridas se desgarran en contacto con el viento y mis lenguas se disparan al remolino de tus huesos cayendo, cayendo y cayendo para no llegar a nada. Y mientras mi cuerpo convulsiona sobre el suelo tú bailas en círculos, celebrando, con tu pequeño y arrugado corazón, una victoria sin término a la muerte rapaz.. Muéleme, tritúrame, deshazte de mis precipicios, y camina conmigo.

Dientes.

Se que volverás cuando todo tienda a irse, escupiendo en cada esquina el poco humo que no llegas a inhalar. Pero es seguro decir que el viento lo generas tú, silbando y rozando, desintegrándome en compases alternos. El quizás es la norma que te rige, la cama sin hacer y los zapatos sin alinear, el armario demasiado pequeño y los alveólos tan rotos que apenas se alteran cuando drenas toda tu ponzoña en mí. En trance. Mis restos se disuelven en trance. En esta ocasión es tu sangre la que hace de tinta, y la mía te observa pegada, como siempre, a las baldosas que cansinas rebosan la ira que no canta, solo solloza escurriéndose entre los caminos que dejas vacíos. Nútreme con los restos, las sobras que sé que custodias a capa y espada, dejando al águila al nivel del buitre, arrastrando cada pluma por cada cisma de tu espalda. Siento que no interfieras, cuando las cosas van mal, sí que quieres fronteras.

Mariposa.

Me ha resultado muy difícil llegar a este punto y lo cierto es que he estado en él mil veces. Bajo en influjo de la misma canción y emanando el mismo efluvio que tu cadáver descomponiéndose en mi hemisferio izquierdo. Por qué tanta intuición para lo que no hace falta y tan poca para el pozo. Te juro que aún no me has visto, aunque a estas alturas, mi médula es tuétano sólido, la sangre se me revuelve entre aurícula y aurícula cada vez que te oigo pasar por detrás de mí. Quizá el coma sea la tierra prometida. Quizá decir adiós no te cueste nada. Cerradme. Adiós.

Amapola.

Quisiera ser capaz de despegarme el desarraigo es la meta más aún desde que lo dejé todo ahí abajo contigo, desde que destruí el medio y el preludio, dejando de perder tiempo y centrándome en los principios, y en tu final. Me gustaría desahuciarte, tirarte al agua, sin pensar en hasta dónde puedes salpicarme, verte desembocar en el mar y enredarte con las algas comprobar, al fin, que ni siquiera la muerte puede morir. Calada y trago, la barbilla hacia arriba a más velocidad que una canción por párrafo, más rápido de lo que huyes; quítame las gafas y desnúdame mientras me dices lo de siempre porque mientras tú mismo te encarcelas, yo sigo siendo aire.

Caléndula.

Ya me dirás qué tengo que hacer, ya que yo no tengo acceso, podrías contarme qué viene ahora según tu guion. A parte de lágrimas, idas y venidas. Espero morirme antes de que tus consecuencias me pongan la mano encima, antes de que me empapeles los párpados, la espalda y las manos con lo que no sabes pronunciar. Y de vuelta al hoyo. Centrípeta para siempre. Polilla y bombilla. ¿Cuánto vino tienes que tomar para mirarme a la cara?

Estátice.

Hace algunos años decidí darme cuenta de que la única manera de saber, era dejar de estudiar. Que cederte mi voluntad era el camino más fácil hacia la estabilidad que con tanta desesperación me quitas. Sujétame. El delirio de grandeza que llevas a todas partes está empezando a pesar un poco más que tú. Y crece y crece y no sabes frenar lo que no sabes quemar. 451. Agárrate fuerte. Que solo si tiembla el suelo te entiendo. Cuando llueve y repercuten las gotas y truenos en mí. En la ruptura de las entrañas que ya no tienes. Sostén mi vino. Mientras me desato el alma y me dejo inhalarte entre trago y calada. Atrévete a caer, porque te siento tanto que no puedo ni decirte buenas noches.

Siemprevivas.

No puede ser. No puede ser que estés provocando todo esto solo poniendo los ojos en blanco y posando las armas. En tu cabeza, el humo de la pólvora, besándose con la brisa de tu traición, decide erosionar las retinas de todo aquel que soporta la luz que irradias. En tus manos, las flores flotan y se enredan con tus pestañas como en un génesis inconcluso, negándose a descender conmigo. En tus entrañas, la bilis espesa se arremolina alrededor de tu núcleo, atraída por el vacío de tu ira, absorbida por la gravedad de tus actos multiplicada por 9,81 m/s 2 . Como en un desagüe muerto de sed, soy la sangre de tus manos.

Disidencia.

La humanidad está perdida. Siempre tiendo a pensar que las personas son buenas por naturaleza aunque predico todo lo contrario. Y siempre me llevo la bofetada. Y el puñetazo. Y la caída. Y la patada. Tengo que hacerme más caso cuando me digo las cosas. Por conservar la cara más que nada, que ya bastante perdida la tengo. Todo el mundo mira por su interés personal y todo el mundo está con todo el mundo porque puede sacar algún tipo de beneficio de él: que si estabilidad, que si autoestima o que si cubatas. Hay relaciones que se basan en los cubatas. O en los porros. Todas las relaciones tienen un punto de toxicidad en ellas, más o menos ponzoñoso, pero tóxico al fin y al cabo.  La meta es cambiar eso, y no dejarse dominar por la idea de que no es posible, pero lo que es, es. Y yo, ni lo estoy, ni quiero estar en contra de los intereses personales de cada uno, si te beneficia votar a quien votas, vótalo. Total, el individualismo te va a expropiar tu propio culo a

Jazmín.

Tengo la dichosa manía de ver siempre todos los posibles significados que tienen las cosas. Las que haces y las que no. Todas las opciones acompañadas de todos los caminos que estas pueden recorrer se agolpan entre mis sienes y se montan una fiesta ellas solas, rompiéndolo todo y yéndose sin fregar los vasos. Muchas veces, también se dan besos y se entremezclan entre ellas, porque su motivo de existencia es, de forma exclusiva, triturar la calidad de mis perspectivas. Y a mí me gusta fluir. Siempre. Que mis pies se deslicen solos hasta que dejen de rozar el suelo. Y esta dichosa manía mía solo me deja con la miserable opción de brindar con todas las desdichas e hipótesis. No quiero imaginar esto, pero seguro que todo esto me esculpe y me define y es siempre mejor dejar todas los cabos sueltos, aunque en las pelis no me guste nada -me guiñas un ojo desde la esquina más alejada de la habitación-. Y sé que tengo que parar de avanzar, porque el agua se torna demasiado fría cuando te

Espejo.

Soy mis propios ojos, a veces me veo tal y como soy y otras, tal y como quiero ser. Sangro en compases alternos, pero procuro utilizar el carmesí para todo; paredes, luces, labios. Fuera de mí, no veo nada, en la penumbra todo es posible y no me gusta limitar. Te. Nunca digo lo que pienso, solo cuando duermo acabo las frases que nunca empiezo. También cantando digo cosas aunque para saber dónde buscar necesitas más de lo que tienes. Lo que nunca debes creerte son mis gritos, pues lo único que quieren decir es: "me duele". Porque, al final, soy musa y soy mortal.

Camelia.

Me paso el día soñando despierta, Morfeo se empeña en mirarme siempre a deshora y matarme dentro de mi propio letargo. Y a veces también fuera de él. Pienso en cómo mejorarlo todo -para ti- y, aunque no quieras verlo, te prometo que es fácil y solo se derramará un mínimo de sangre, pero alguien siempre tiene que morir y no siempre voy a ser yo. Va en contra de las leyes de la probabilidad por lo menos, ¿no? Pero qué bonito es pensarte fuera de tu jaula, girándote solo para revivir la epifanía de descubrir la llave debajo de tu lengua. Eres yo. Tu cárcel es mi cárcel. El paralelismo más jugoso de la historia. Y el más trágico. Sé que un día te veré aparecer de la nada y no te darás miedo. Y ya no sé si podré esconderme de tu mirada perdida, creo que un día de estos vas a verme desnuda de verdad. Y nadie te ha invitado a entrar. No aquí.