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Mostrando entradas de mayo, 2018

Melocotón

Todo el mundo sabe que estoy un poco muerta por dentro. Nací con un nombre raro, una enfermedad equivocada y con la cabeza muy grande en proporción con mi cuerpo. En el patio de mi guardería había una piscina que hacía esquina y que siempre estaba vacía, de agua porque al pasar de los quince grados se llenaba de lagartijas y no diré nombres, pero sé de alguien que conoces que ha digerido más de un reptil; el último día, recogí mi mochila -que era como un peluche de Garfield pero hueco como tú-, me fui al baño y tuve la suerte de perderme en una habitación con un piano enorme que no sabía tocar, pero si admirar, manchar y hacer sonar y bueno, casi estaba la policía en la puerta cuando me encontraron. Ese día hubo remolacha hervida para comer. Mi madre desempolvó su agenda para conseguirme una plaza en un colegio en el que la vida se me haría un poco más cuesta arriba de lo que esperaba, aunque eso te lo cuento mejor un viernes, que son los días únicos días en los que por las venas me

Espalda.

Creo que he nacido para valorar la felicidad del prójimo, para admirar la lágrima que colma el vaso incluso cuando la sequía es consonante. ¿Dónde está Dios? Las orejas van a caérseme o las ojeras o eso de lo que ya no queda, ialma estúpida y escurridiza. ¿Cantaban uno o lo hacían dos? La noche es la constante, el suelo nunca se hunde después de comer, grillo y murciélago, borracho y sin sendero, amigo, esposo, compañero. ¿Oyes a Satán? Bailando sobre las cenizas de la luna, mi blanco es oscuro, se balancea entre balas, hace eses con las muelas. ¿Que sus pies rozan el cielo? Desde este sótano distingo, con angustioso delirio, la canción del verdugo, del amigo y del esbirro. ¿Saltó o la empujaron?