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Mostrando entradas de 2020

Respirar.

Es una pena. Ojalá vieras las cosas con la nitidez que otorga no tener  nada que perder. Todas estas gafas nuevas que desvarían me dejan enfocarte desde ángulos desconocidos, ver tu máscara destartalada sobre un traje de carne nuevo cada día. Has dejado de encontrarte.  Hace mucho que no te ves. Yo me desilusioné mucho, ya lo sabes, con tus "ya voy" y tus "no llego", me quité, te lo prometo, de en medio.  Era lo fácil,  camino que escogí imitándote por primera vez.  Seguí tus huellas y te lo anticipo, no me gustó adónde llevaban. Tus países nublados solo son bonitos cuando hablas de ellos y no para asentarse y vivir. Como tu cara. Tu carita rota. Putrefacta. Esa que vi por primera vez hace unos días enroscada en un cuerpo que ya no reconoces como tuyo.

Cronostasis

Quizá la cordura no sea lo que parece.  Quizá seas tú el que cede a la presión que ya solo quita y no concede. Las condicionales ayudan hasta cierto punto. Un punto inviable y volátil. Contenido en un planeta en el que nada se define y donde las posibilidades se yuxtaponen hasta perder todo el sentido, la identidad.  Me gustaba verte correr andando, correr comiendo y correr apurando las últimas gotas del vino que nunca querías beber. "Al tercero me muero, eh". Te empecé a querer el día en que me contaste que algo te dolía, saliste, de repente, de tu molde de hierro y te permitiste a ti mismo la vulnerabilidad de ser. Te humanicé en segundos y materialicé en todas mis carpetas mentales la imagen de ti cálida, viva, humana, frágil y triste. De un día para otro, empezaste a ser algo más que una sonrisa de medio lado y unos ojos entornados, había un motivo para el dolor, para el veneno y para la ira. Todo tenía sentido. Estabas cortado por mi patrón, que unos días era martirio y

Punto y coma.

Casi todo lo malo de mi vida empieza con tu nombre. He cuidado de mí misma y de todo el mundo desde los once años, cuando aquel tipo casi se me lleva consigo a las ocho de la tarde, cuando casi me mata un coche y todos los viernes, cuando, aún ahora, consumes a mamá poco a poco. Un día caminé los dieciséis kilómetros que separan mi piso de tu casa y no estabas. Ya habías cambiado la puerta que te tiramos acelerando el coche, ahora verde oscuro, color putrefacto como tú. Te dejé una nota y te enfadaste mucho como cada vez que te dicen la verdad, imagino que eso es algo común en todos los hombres, no lo sé lo único que te debo es mi carencia de referentes. De verdad que intenté destrozarte, con todas mis fuerzas imitando tus manipulaciones, tus peripecias, tus piruetas legales; al fin y al cabo, la mitad de mí eres tú por mucho asco que eso me dé. Pero, no sé gracias a quién -o sí-, resulté no estar cortada por el mismo patrón de mierda que te compone como persona, y la tata siempre me d

Veinte años.

Te cubres las espaldas. Todo es un juego para ti.  Primero te acercaste un poquito a mí, me tentaste sin querer cogiéndome estas manos llenas de heridas, mordiscos y caídas. Cuando me quise dar cuenta estabas al lado de mi núcleo volcánico, emergente. Regías el reino en el que todo miente. Y sin querer, sin saber, te dejé pasar.  Te ofrecí una taza de té, unas galletas y todo mi poder, en plata, en bandeja. Cuando empezaste a apretarme, no quise ver las señales de mi propia hipoxia. Vi amor en el dolor, y virtud en el sufrir, fui mártir y ruiseñor, sacaba el elixir de la vida de mi propia sangre y te cocinaba tu comida favorita cada vez, la tortilla poco hecha, la carne al punto, el alma en llamas y el pecado en la pupila  que intransigente dominó todos mis nudillos, hasta la última salida. Posesión infernal de la voluntad para ser. Estás acurrucado en una esquina, dentro de mí, protegido de todo lo que se calcina. Ceniza de pies a cabeza, como escudo ineludible ante magma, lava y el i

Índigo.

Hay dentro de mí cosas que yo nunca he cultivado y sin quererlo bebí el vinagre por agua que le diste a mi yo sediento. Poco a poco sale de mí con gotitas de sangre y algo más con tu pelo, tus vaivenes, con tu caminar  quizás. El picor en la nariz, la mueca y el mohín, escaparía de entre tus costillas si tus manos no pellizcasen incansables mis cuchillas. Húndeme en pólvora, en hollín, en todo lo que quieras, solo el molde de mis rodillas, de mis mejillas, de mis cosquillas, todas enrojecidas podrá rescatarme de este entorno al que humillas. Lastímera vuelta al punto de partida, al tatuaje de tu espalda, adonde ya no queda vida.

Uve.

Cuatro meses  es lo que tarda mi respeto en escaparse de entre tus dedos. ¿Poder? Nunca lo has tenido. ¿Paz? Otra cosa que sigues buscando. Te diluyes más rápido que pronto en la misma esquina de la calle que separa mi espalda de tu –ya muerta– risa. Como Baudelaire y Borges dos bordes igual de afilados dando respuestas bajo el mismo sol nublado. Regocíjate entre espinas y hollín, siempre será más mullida una cama caliente, la ocupe quien la ocupe que la remota opción de aceptar a tu yo, a tu ente, vacío y ruin. ¡Agua para el sediento y compañía para el muerto! Malditos los límites de tu alma, la misma que cortante rechaza  al cuerpo que amenazas. Que se alivien tus huesos, justo por debajo de la gruesa capa de piel de la que haces gala, no volveré a mirar hacia el abismo yermo que nunca se digna a dar cobijo al enfermo.

Epitafio.

¿Será esto morirse?  ¿Una mirada nublada constante, un encapsulamiento de los ojos? ¿Lágrimas que flotan sin llegar a caerse? Quiero pensar  que el aliento se acaba, cansado, de no conseguir lo que ansiaba, de esperar por quien no se deja amar. Desauciados los lamentos que cordiales te saludan desde los bordes de mi propio tormento. No me mires, no te quedes, no respires y no regreses. Pues la traición  no se perdona en el mundo  donde el alma mora sin llegar nunca a rozar el núcleo de lo que no se perdona. Quiérete en pretérito pues lo que te augura el futuro es dolor, pies fríos y arsénico.

Cráter.

Emites una energía que no te corresponde. Solo lo putrefacto se adapta a las acciones que cometes, a los discursos que ni tú entiendes. Se sacrifica mucho para conocerte, se sacrifica aun más para mantenerte a flote. Un cuerpo, convertido sin remedio en un respiradero para quien no merece oxígeno y se regocija después con gota tras gota del mismo veneno. Y aquí estoy, sola y boca abajo en una caja de madera, con todo dicho y hecho, con tus ojos vacíos clavándose en mi nuca, y tus palabras huecas inundándolo todo hasta derribar hasta el último diente de león de este, mi lecho. Que dios me bendiga con todos tus defectos, frialdad, egoísmo, deslealtad y despecho. No saldremos de la vida siendo personas, no llegaremos a la muerte  a no ser que seamos tan estériles, tan inhóspitos como tú.

Balada rota en sí menor.

Hoy me hablaste sobre tormentas sobre la energía que acumulan los rayos, los truenos que se lamentan de la luz que no les queda. Todo el mundo sabe que los buenos siempre pierden, ¿tendrán los dados preferencias en una guerra en la que todos mienten? La batalla vencida que solo él vaticina, el campo de cultivo idóneo para el fuego que calcina hasta el último cedro. Relámpago. ¡Venido del cielo! Quién se iba a imaginar lo que necesitaba este cuerpo pálido, que muerde, repelido por el musgo que lo rodea, perdido en un mundo en el que nadie le espera. Una furtiva lágrima decidió caer de su mejilla, y antes de alcanzar su clavícula, una áspid decidio titubear y descansar sobre la yugular de quien no conoce más que sonido que el gritar. Cuando quiso darse cuenta,  Dante se había desatado en aquella selva, no había espacio en el aire, las gotas hacían cascada. Y las llamas llegaron más pronto que tarde intentaron llevárselo todo, pero  al final, las cenizas también cuentan una historia.

Iceberg.

Te voy a diagnosticar sin tener ni puta idea de lo que te pasa. Como el médico que, ante la duda, te da unos paracetamoles. ¿Sentimientos? ¡Solo quiero los buenos! Para mí y para mi entorno, no vaya a ser que me tenga que empezar a hacer cargo de todos los destrozos que causo. La responsabilidad ni civil, ni emocional. Las personas me gustan fuertes aunque no me gusta ver el proceso que les hace resilientes, las compro ya hechas, como un Churrasco Abastos un domingo a las 21:00. Fácil. Rico. En la puerta de casa. A ti te tenía entre mis manos y me gustaba mirarte desde diferentes ángulos,  regalarte tu peso en oro, tenerte a la distancia exacta en el punto medio entre el desperdicio y el chaleco antibalas, porque vulnerable no me vas a ver nunca. Nunca más. Me flipa el invierno, cuando casi es febrero y necesitas meter tus manos en mis bolsillos, pero no te acostumbres porque cuando menos te lo esperes, te voy a apartar. Quiero todo lo que no puedo tener hasta que lo consigo. Me entret

Carta a mí misma.

Te voy a querer siempre, aunque no vuelvas a estar. Vas a caerte mil veces más, y el suelo que todos desprecian, se volverá tu casa. Tu casa que todos pisan, escupiendo al templo en el que habitas. Pero es aquí abajo donde las sábanas huelen a ti, donde entre cada gotita de sangre hay una frase tuya, donde te materilizas abrazándome por la espalda. Quiero pensar que nunca tendré miedo de sentir y de actuar en consecuencia, que mi discurso no será incompatible con mirar debajo de tus pómulos. Lo que sí sé que va a ser imposible es salir de este laberinto mientras me siga enamorando de cada minotauro que me cruzo. Pero tampoco te tortures, es inevitable ver belleza en lo roto cuando uno mismo está hecho añicos. Estas edades son así, desde los 11 hasta los 89 pasa todo lo malo. Cotizaré durante seis décadas más de sufrimiento si me prometes que no te estás equivocando. Que no vas a volver cuando mis paredes empiecen a edificarse desde las baldosas donde te conocí. Te voy a querer siempre,

San Junípero.

Mi vida es un largometraje, las cosas más extrañas me pasan a mí, así que, quizá, hasta lo protagonizo. Quise verte formar parte de mi elenco, ser el Clyde para todo lo Bonnie de mi personalidad, y acabaste siendo la crítica del sistema, las mariposas de McConaughey bonitas y efímeras, hambrientas pero podridas. Quise ser corista para un príncipe que no existía, para la idea monárquica podrida de la que se me hizo partícipe, de la que ninguna mujer puede escapar. Eres oxígeno para el moribundo, y cicuta para el vivaracho. La contradicción que te define es más fuerte que mi caos. Tus piernas delgadas golpean el aire, desvían la lluvia, se desnutren cuando bailas sin querer dentro de mi falda, cuando gritas mi nombre con los ojos, cuando atraviesas la niebla entre estanques y muros de piedra, cuando me dejas sola, sin hacer más ruido que el de las monedas peleándose en el suelo. Eres Prometeo robándome la luz alrededor de la cual revoloteo, eres Proteo riénd

Capricornio.

Llega un punto en el que todo lo que tienes alrededor, te obliga a crecer.  Nadie merece ver el reflejo de su propia infancia hecha polvo ni, mucho menos, lidiar con las conductas de un niño.  A pesar de que no parece valer la pena, cambiar de perspectiva el tablero, es siempre la mejor opción para no perderse el momento que estás viviendo. Para que no pase lo mismo que cuando eras feliz raspándote las rodillas con la arena del parque y no lo sabías. Siempre hemos ido adaptando el medio a nosotros. Desde la primera chispa, desde la primera rueda, desde el primer intercambio de fluidos. Por eso te incomoda tanto que te lleven la contraria cuando no tienes razón. Por eso la rabieta. Por eso la barbilla bien alta compensando la moral inexistente que, te prometo, solías tener. La vida sin principios es mejor no vivirla. Quiero pensar que algún día seremos viejos y tendremos muchas historias que contar aunque sea imposible con esta tónica predominante que se basa en aplastar y pisar todo lo

Penurias.

Desde siempre en mi casa ha habido un terror enorme hacia mi sangre. Cada vez que me raspaba las rodillas en el patio del colegio, los profesores se me llevaban corriendo con Manolo, el portero, -que hasta hoy sigue siendo una de las personas más bonitas que he conocido- y muchas veces tenía que llamar a mamá para que viniese con la vitamina K o el ácido tranexámico y otras muchas veces a Urgencias. La enfermedad de Von Willebrand no deja mucho espacio para que un niño crezca y menos cuando tienes aún menos concentración de factores de coagulación que una persona hemofílica media. Las excursiones del colegio siempre eran motivo de discusión en casa. Con cada propuesta de diversión, se analizaba todo contando y cuantificando todas las posibles lesiones que podría sufrir si iba, así que, casi siempre, me quedaba en casa, o peor: tenía que ir a clase. Porque imagínate que me seccionaba la femoral con un bastón de esquí y la ambulancia especializada con los factores polimerizados que caduc

La voluntad de poder.

Dime tu meta. Enséñame todo lo que no puedo controlar mientras tú manipulas en mí todo lo que, sí, puedes. Crecí demasiado rápido y tus zapatos nunca me fueron grandes; y del mismo modo que tu moral desmerece  todo lo que eres, todo lo que he puesto en ti, todo lo que podrías ser, yo tiro a la basura las posibilidades de libertad por esta celda llena de flores marchitas. Quítame de ser lo que no puedo contener. A la vez que tú y tus pequeñas paredes me prometéis que todo estará bien.

Agua.

No me pasaba desde hace mucho, pero con el último cigarrillo, he visto las cosas con claridad. Primero, somos al hábito lo que el hábito a nosotros. Me sigue sorprendiendo mi entorno y que se me rice el pelo solo en primavera, pero todo parece ser mutuo y con una relación de causa y efecto. Tú y yo a parte, la segunda ficha siempre se cae cuando empujas a la primera y, bueno, sin irme más por las ramas, no vas a ser lo que podrías ser por mucho que debieras hacerlo. Y yo no puedo hacer nada por que cambies tus zapatos por los míos. Es inútil. Como el nombre que nos he puesto. Como ver vida más allá de Ío. Segundo, tengo todo lo que hace falta para funcionar, pero no funciono. No del todo. Es como si alguien hubiera triturado todo lo que tengo por debajo de la piel y me hubiese echado del nido, de forma cruel, antes de que la oportunidad de aprender a volar me hubiese sido dada. Y lo que iba a ser alondra, se quedó en gusano.  No hay lugar para el azul entre tanta tierra. Tercero, nada

Menguante.

De pequeña me gustaba imaginar que controlaba el viento. Soplando más o menos fuerte para que este lo hiciese de igual manera. Me gustaba creerme que todo saldría bien. Que le daría a mi madre lo que mi padre no pudo darle: felicidad y una casa bonita. Siempre he querido que todo el mundo fuese feliz, que cuando llegases a casa te esperase siempre tu comida favorita en la mesa y que, cuando menos te lo imaginaras, tu libro favorito acabase de la forma que tú quieres. Pero las cosas no funcionan así. Por mucho que lo intente, la violencia impera. Confío en todo el mundo de manera predeterminada y tengo un don que me dice qué carencias tienen las personas y otro que me explica cómo cubrirlas. Ojalá supiese hacer lo mismo conmigo. Ojalá no haber tomado esa cerveza abierta que me ofrecisteis. Ojalá no recuerde nunca lo que pasó después. Porque todo el rato es el yo el que se queda por detrás, total, ya tendré tiempo para mí misma en la tumba. O en la urna. Mis amigos dicen que se me da bie

Doblepensar.

Piel con piel y lo que tendría que ser bien, se siente como terapia de choque. En vez de cosquillas, cuchillos. No importa cuánta lava pueda producir, tu hielo sigue siendo más denso. Tú sigues blindado e inaccesible. Y me preguntas que qué me pasa. Que por qué empapo la almohada. Que por qué huelo tan bien después de tanto whisky. Que por qué soy tan bonita. ¿Por qué estoy tan podrida? Si al final todo acaba igual: el zumbido de tu bragueta, tu espalda y vuelta a empezar. Nos acabaremos cuando se acabe.

De monstruos y hombres.

Uno de mis mayores problemas con la vida adulta -y no tan adulta- es que todo va demasiado rápido. No te recuperas del primer golpe y ya está todo en el octavo. 666. Pero lo peor es otra cosa. La velocidad solo genera más velocidad, como tu violencia y mis arañazos. Pienso más rápido de lo que puedo -o podré nunca- procesarme. El vórtice en el que me sumerjo, me lleva consigo. Pienso tan rápido que vivo las cosas antes de decirlas. Nadie puede vocalizar tan rápido.  O articular un sonido que signifique algo más que todo lo que nos cuentas. Y ya lo he probado todo. Pero nada realentiza esto. Ni las benzodiacepinas, ni lo ilegal, ni los cobatas que te haces, ni los chupitos que me debes. Nada sustituye esto. Nada te sustituye a ti. Todo es mentira. Todo te grita. Algunas cosas no tienen solución. 

Sal

Intento no mirar las hojas caídas, al fin y al cabo, el árbol solo estará desnudo 60 días. Y sus noches. Senderos poco transitados y el viento que no perdona, acompañan a los pulsos que insufribles nos asolan. Rítmico y constante de vis a vis, a milímetros de distancia de lo que hay debajo del suelo. Brotan de mí las esporas que nunca te llegan, engañosas y dispersas, se adhieren a tus piernas que impasibles avanzan siempre en la dirección errónea haciéndome retroceder aún más hacia el núcleo de lo que nunca me perdona. La parte dentro de mí que se dedica a amar está cansada, oxidada y casi seguro caduca. Espero que llueva pronto.

Migas.

No suelo ver las cosas. Me gusta ocultármelas, sorprenderme con todo lo que duele porque de improvisto hace más daño. Son temas arduos y situaciones complicadas las que hoy nos inundan, pero hay que girar el tablero.  Me gusta pensar que en otra vida solía cuidar plantas, por cómo te cuido a ti y por todas las espinas que me devuelves. Aprender a regarme a mí misma es mi objetivo en esto e irme esculpiendo a través de las sequías es la única recompensa que debería buscar. También te lo digo, ojalá no exista la reencarnación porque estás jodido, con una sola mirada, Platón te diría que no llegas ni a mujer. Más o menos cada dos meses, sueño con una ciudad que yo misma me he inventado. Tiene 3 calles muy separadas entre sí por un espacio en blanco.  No creo que la conozcas porque nunca has estado en ningún laberinto que tú mismo no hayas creado, pero si alguna vez la visitas, no le mires a los ojos a las estatuas porque son reflejos de mí misma y te guardan siempre detrás de las pupilas

Aura azul.

La luz que entra por debajo de la puerta es terminal. Tú no estás, aunque eso no sea nada raro. No siento los pies. Estoy sudando y tengo frío a la vez. Extiendo el brazo para encender la luz. Extiendo el brazo para encender la luz. Mierda.  Otra vez. Cálida bienvenida al mundo de las estatuas durmientes. En mi menor. Cuento los segundos que faltan para que llegue el pánico. Bienvenido.  Por supuesto que hay una mano reptando hacia mi rodilla. Aunque no la vea.  Puedo sentir el aliento de "eso" en mi nuca.  "Eso" tiene una anatomía extraña. Fluida. Puede estar en todas partes y en ninguna a la vez. Vamos. No seas trenca. Mueve los dedos de los pies. Mueve los dedos de los pies. Joder. Los de las manos, mueve los dedos de las manos. Dios, para no poder sentir el cuerpo, juraría que algo me está tocando la espalda. Concéntrate.  Meñique. Mano. Derecha. Qué maravillosa me hacen estas mierdas. Como haya un monstruo de verdad en tu lado de la cama, de esta se me lleva co

Rosas.

Era un domingo más, de esos que te enfrían las puntas de los dedos de los pies de manera irremediable y te secuestran, a punta de estalactita, en la cama.  Y aunque no es muy difícil mantenerme a mí entre mantas, ese día, la oferta no era tan suculenta como de costumbre. Así que salí.  Y la calle que me encontré no era la calle de siempre, los colores eran más vivos y pareció que el frío se había quedado en tu lado -vacío- de la cama.  Recorrí el camino que hago siempre de jueves a domingo, ya sea de ida o de vuelta, hasta el mismísimo agujero negro que me pega los pies al suelo a cambio de volarme los sesos. Menos mal que tengo muchos. Cuando quise darme cuenta y por primera vez en la existencia, estaba bebiendo ron y la canción no me sonaba, llegó quien debía llegar y tú bailabas conmigo. Miré el reloj sin querer. Las siete de la tarde me hicieron darme cuenta de que estaba soñando; cuando piensas demasiado en algo, te contamina el tiempo onírico y yo creo que también la cabeza. Segu