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Mostrando entradas de noviembre, 2016

Passion.

Ayer descubrí a Dreyer. El pobre hombre grabró una película tan emparanoiante que ha hecho que aquí Ori Darko se cuestione sus valores religiosos. Esos que no tengo. La cosa es que en el 27 se la censuraron antes de que pudiera siquiera estrenarla. En el 28 le quemaron las diapositivas originales y se quedó el hombre destrozado por dentro. La tragedia continúa. Dreyer tenía una copia. Pero adivinad. Se la tiraron al fueguito igual que con la primera y nadie supo nada ni de él, ni de su cine más que por pequeños fragmentos de Juana de Arco llorando. Y por qué me cuestiono mi fe. Bueno, pues porque en el 81, descubrieron una copia original intacta "out of the blue"  -así como dice mi amiga yankee Lauren- en el armario de un psiquiátrico noruego. Según yo, el hallazgo derivó de algún intento de ouija o algo similar, aunque dicen que la gente en Noruega es más lista que aquí así que no sé qué deciros. El quid de la cuestión es que la mandaron a Francia, porque Dreyer era d

L.

Tiene un punto exacto en el cara izquierda del cuello, a la altura de la base, que no puedes tocar. Tiene otro en la cintura, del mismo lado, que tampoco es ni rozable. Os lo explico: le dan espasmos. Son como pequeños temblores incontrolables que nos hacen reír a las dos por igual. A mí muchísimo más, no os voy a engañar. Padece de todas las respuestas neuronales con nombres artificiosos a nivel cutáneo que os podáis imaginar, aunque no suele decirlo. Yo lo descubrí por mí misma. También descubrí que funciona como yo. Que nunca sabe el motivo que le impulsa a hacer las cosas. Que ama todo lo que no se explica y que, aún más, ama enfocarlo desde todos los infinitos ángulos hasta que da con un porqué que la satisface. Yo me conformo con muchísimo menos. Me gusta que salga música de mí cuando estoy en su medio. Se enfada cuando le digo que es mi musa, me dice que estoy loca y que me acabe la cerveza. A pesar de que lo que de verdad nos gusta beber, es vino. Pero no nos vale

Detoxificación.

Nos utilizábamos el uno al otro y con el mismo grado de intensidad. Yo lo sabía y él también. Pero empañar los cristales y beber sobre el capó por quienes nos usaban sin nuestro permiso, resultó ser catártico. Luego conducía y rozábamos la inexistencia en cada curva. Es lo menos tóxico que he experimentado nunca. Y, aunque infructuoso desde un punto de vista metafísico, lo cierto es que aprendí a mentirme hasta creérmelo. Y os prometo que lo de las gafas verdes de Descartes es lo único con sentido que dijo ese hombre. Ojalá tu realidad coincidiese con la nuestra, y ojalá la de ella también. Ojalá que él solo fuera un desconocido al que saludar en un bar y no un conocido al que esperar en el baño.

After the storm.

Hay que saber controlarse y hay que saber tocar el aura sin rozar la mecha. Lo cierto es que es aburrido no quemarse, pues el fuego tiene más facetas de las que él mismo está dispuesto a admitir y ninguna de ellas crea sin la destrucción como premisa. Pero a mí, o me condicionas o nada. No os riais, que en la praxis todos lo estáis El calor es una función importante y la luz es la variable por excelencia, siempre y cuando el arder no entre en la ecuación. Aunque, siéndoos franca: antes que desvanecerse, todo vale. Desvanecerse es lo peor y os pasa a todos, bien porque os quedáis sin gas u óleo, o porque vuestro mecanismo es defectuoso a priori. La intensidad también tiene su papel en este tipo de prosa a pesar de que yo no sepa ubicarla. La intensidad es escurridiza. La intensidad no sabe de autocontrol.