Ir al contenido principal

L.

Tiene un punto exacto en el cara izquierda del cuello, a la altura de la base, que no puedes tocar.
Tiene otro en la cintura, del mismo lado, que tampoco es ni rozable.

Os lo explico: le dan espasmos.

Son como pequeños temblores incontrolables que nos hacen reír a las dos por igual.
A mí muchísimo más, no os voy a engañar.
Padece de todas las respuestas neuronales con nombres artificiosos a nivel cutáneo que os podáis imaginar, aunque no suele decirlo.
Yo lo descubrí por mí misma.
También descubrí que funciona como yo.
Que nunca sabe el motivo que le impulsa a hacer las cosas.
Que ama todo lo que no se explica y que, aún más, ama enfocarlo desde todos los infinitos ángulos hasta que da con un porqué que la satisface.

Yo me conformo con muchísimo menos. Me gusta que salga música de mí cuando estoy en su medio.

Se enfada cuando le digo que es mi musa, me dice que estoy loca y que me acabe la cerveza.
A pesar de que lo que de verdad nos gusta beber, es vino.

Pero no nos vale cualquier vino.

Ha de ser un vino, nunca frío, pues para eso ya estamos nosotras cuando cada domingo, ella se va.

Tampoco ha de ser dulce, pues ambas somos más de ese pequeño sabor ácido extrapolable a cualquier campo de nuestra, a conciencia, miserable existencia.

Pero sobre todo, lo más importante: tiene que ser con ella.

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Quién?

Suenan, no las ves. Hace tiempo que se fueron a sitios con más gente, con más luz, con más. ¿Es esto vivir? Ver a otros avanzar mientras tú  sigues siendo la red que espera para salvar, de fatídico golpe mortal, la nuca de quien solía acunarte. Ya no te miran, ya no te ven, escurridizas son sus mentes cuando se escudan en su nuevo lugar, donde no hay  ya hueco  para nadie más. Y tú, no has dejado de ser quien siempre acude al llamado  de quien necesita aire, calor, amor, odio, dolor, sabor. Quizá debas buscar tú también, un pequeño rincón donde todo funcione. Donde no hagan falta calzadores ni imperdibles. –Quizá deba crearlo, utilizaros a todos como combustible, veros arder por una vez desde el otro lado mientras  con mi jaula ignífuga me deshago de todo resto de humanidad que algún día me hizo madre, mujer y amiga–.

Hecatombe.

Y como todo lo que se ama, solo podía alejarme de ella. Aunque lo cierto es que es complejo, complicado, alejarse de uno mismo. Pues soy la brisa de aire fresco, que desata sus carcajadas tristes. Sé que si intento sacarla de mí, solo voy a conseguir perderme. Sé que si dejo de necesitarla, nunca jamás volveré a encontrarme. De ella, derivo yo. Ella oniria, yo insomnia. Sin -mi- vida, muero, sin -mi- luz, perezco.

Quien bien te quiere.

Hay heridas en mí, hay lesiones en abismos recónditos, vienen de la nada, pues la nada son, y solo lloran cuando quiero oírlas, cuando las admito. Cansada de tus rebotes, varada en una playa sin agua capaz solo de observarte, concentrada, en tu afanosa tarea. Trozo a trozo vas cogiendo lo que quieres, lo que no quieres en mí, y en su lugar dejas que habite la acidez de la sal. Y mientras me agazapo, abrazando mis rodillas, en una esquina de la celda que tanto amas, una sonrisa de satisfacción se atreve a delatarte desde detrás de tu máscara.