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Mostrando entradas de 2022

Cicuta.

Tuve que dejarte morir verte desaparecer por el sumidero de esa bañera  que nunca llenas. Me hice más daño del que puedo ser consciente. Vaso tras vaso, entre copas y soslayos no pude aguantarlo, fue suficiente. Con un cincel en la nuca colgado, sin que suba, tu cuello explota en esquirlas manchándolo todo con la misma bilis que tu garganta ya no deja pasar. En mala hora, con mala estrella también, estampaste esa vista tuya entre mis dos sienes creyéndote con el derecho  de remover aquello que estaba durmiente, latente, sangrante y caliente. Más que tu sangre, más que tu mente. Nadie sabe lo que callas, pero incluso sin vocalizarlo dices las palabras que tu esternón necesita drenar, soltar y liberar en una ventisca sin precedentes que se nos lleva, se nos lleva consigo. Esos ojos tuyos, ojos vacíos e intoxicados con un veneno fabricado de frío y odio prensado, no voy a mirarte más, solo voy a verte por aquello que enseñas a quien jura conocerte.

Hiedra.

Vete más despacio, a penas amanece y ya estás corriendo en pos de cosas que nadie puede alcanzar. Perfección, paz, inconsciencia y despertar. Lo di todo porque te sintieras querida, porque todo este amor fuese capaz de ponerle fin a tu ira,  pero cual diente de león te aferraste a este suelo decidido a ser plaga, virus y desasosiego; víctima violenta de un destino devorado. Pero como toda flor, olvidaste que marchitarse forma parte del proceso que desaparecer  ahora es tónica inevitable en un lugar donde ya no quedan ni abejas, ni agua que beber. Te asusta el lugar que se esconde entre lo vivo y lo muerto y te escondes en las esquinas de aquella cama donde yo solía sangrar, tú  y ese algo ese algo que se oculta dentro de todos, escurridizo, sediento, oscuro, decidido a no dejar carne ni hueso para que lo que siempre sufre, no tenga escapatoria, en bucle, en este purgatorio de almas sin memoria. Vivir es tumultuoso,  caótico, tu mundo se derrumba cual torre de Jenga cada vez que mueves

Crisol.

La edad penetró en tus huesos antes de lo que debía, con más consecuencias, con menos desdichas sin saber y sin conocer el placer de dejarse ser. Cruce de caminos, carreteras solitarias, aires del norte y pétalos al viento, con cada paso que das vas perdiendo el aliento. Tiene que ser agotador, seguir el ritmo de quien desgarra su propio color, de quien no ama por miedo a ser amado, del que rehúye la mirada sincera en pos de la cómoda, oscura y fría tranquilidad de lo que conocen estos ojos que no están dispuestos a ver. Siempre solías decirme, que no hay muerte más grande que mantenerse vivo con el agua al cuello, cansado, quemado por el sol porque hundirse es terrorífico, pero la belleza, y el impulso, habitan también debajo de estas aguas. Ojalá los años hubiesen llegado de otra manera, ojala tus huesos siguiesen sonando graves, lentos, como el fuego crepitante del que con tanta calma te alejas. Cuidado con el temporal, porque si tuviese que morir dos veces, sé que el hielo también

Singularidad.

He sangrado en este suelo. He sangrado en este suelo. He sido cuchillo, cristal y tijeras pero también gasa,  tintura de iodo y punto de aproximación. Para ti todas las flores, las mullidas y las que crujen cuando  sin hacer mucho ruido te dejas caer de espaldas justo donde no debes.  Más veces de las que recuerdo me he obligado a interponerme entre tú y el lacerante filo que te separa de saber lo que no quieres oír. Te he curado en esta cama. Te he curado en esta cama. Con media veintena de años deduje que era un volcán, de los que explotan por todas partes desdibujando lo que es en sí, eliminando todo rastro de vida circundante. Es como trazar una línea tosiendo, partes de mí han vuelto y otras se tuercen decididas a abandonar esta tangente que solo conduce a tu fuerte vacío, solitario. Inerte. Ojalá pudieras verte como yo te veo, como tú te sientes cada vez que tus párpados abandonan esta órbita estupefaciente.