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Pétalos.

Esto no es tristeza.

Esto no es necesitar a alguien que te sepa escuchar.

Esto no es cuestión de palabras.

Esto es lo que soy ahora. Y no se puede cambiar.

Evolucionar es la ley innata, 
que no se escapa,
ni se asusta
cuando
de alguna manera
siempre sacas
la carta más astuta.

Lidiar con la abstinencia es lo peor de tus drogas,
porque que me operen a dolor es admisible,
pero tú tienes que avisarme antes de tirar,
porque esta tirita es como una presa
de piel,
carne
y hueso,
que frena y disipa
la presión de lo que hay debajo,
de lo que nadie quiere ver,
de la cicuta que corre por mis venas.

Nada crece si no lo riegas.
¿Habrá rosas en Júpiter?

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¿Quién?

Suenan, no las ves. Hace tiempo que se fueron a sitios con más gente, con más luz, con más. ¿Es esto vivir? Ver a otros avanzar mientras tú  sigues siendo la red que espera para salvar, de fatídico golpe mortal, la nuca de quien solía acunarte. Ya no te miran, ya no te ven, escurridizas son sus mentes cuando se escudan en su nuevo lugar, donde no hay  ya hueco  para nadie más. Y tú, no has dejado de ser quien siempre acude al llamado  de quien necesita aire, calor, amor, odio, dolor, sabor. Quizá debas buscar tú también, un pequeño rincón donde todo funcione. Donde no hagan falta calzadores ni imperdibles. –Quizá deba crearlo, utilizaros a todos como combustible, veros arder por una vez desde el otro lado mientras  con mi jaula ignífuga me deshago de todo resto de humanidad que algún día me hizo madre, mujer y amiga–.

Hecatombe.

Y como todo lo que se ama, solo podía alejarme de ella. Aunque lo cierto es que es complejo, complicado, alejarse de uno mismo. Pues soy la brisa de aire fresco, que desata sus carcajadas tristes. Sé que si intento sacarla de mí, solo voy a conseguir perderme. Sé que si dejo de necesitarla, nunca jamás volveré a encontrarme. De ella, derivo yo. Ella oniria, yo insomnia. Sin -mi- vida, muero, sin -mi- luz, perezco.

Quien bien te quiere.

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