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Aura azul.

La luz que entra por debajo de la puerta es terminal.
Tú no estás, aunque eso no sea nada raro.
No siento los pies.
Estoy sudando y tengo frío a la vez.
Extiendo el brazo para encender la luz.

Extiendo el brazo para encender la luz.

Mierda. 
Otra vez.
Cálida bienvenida al mundo de las estatuas durmientes. En mi menor.
Cuento los segundos que faltan para que llegue el pánico.

Bienvenido. 
Por supuesto que hay una mano reptando hacia mi rodilla. Aunque no la vea. 
Puedo sentir el aliento de "eso" en mi nuca. 
"Eso" tiene una anatomía extraña. Fluida.
Puede estar en todas partes y en ninguna a la vez.

Vamos.
No seas trenca.
Mueve los dedos de los pies.

Mueve los dedos de los pies.

Joder.

Los de las manos, mueve los dedos de las manos.

Dios, para no poder sentir el cuerpo, juraría que algo me está tocando la espalda.

Concéntrate. 
Meñique. Mano. Derecha.

Qué maravillosa me hacen estas mierdas.
Como haya un monstruo de verdad en tu lado de la cama, de esta se me lleva consigo.

Game over, Oriana.

Siento en cada poro de mi piel que tengo que salir corriendo y aquí me tenéis, toda inerte.

El reloj marca las 4 de la mañana y en cuanto consiga moverme, lo voy a celebrar con una copa de vino. 

Meñique izquierdo, yo te invoco. 
Si antes estaba sudando, ahora soy un manantial y, es que, esto de mover los dedos se ha vuelto algo de gimnasio. Es como levantar una rueda de tractor. 
La verdad es que me estoy asando. 
Seguro que es por la criatura esta que está a punto de degollarme.
Ojalá se coma mis órganos, así al menos me destapa un poquito.

Noto como mi rodilla se dobla y empiezo a gritar. 
Parece que va a empezar por arrancarme las piernas y, lo siento, no me apetece nada ese plan.
Miro hacia abajo. No puedo ver nada.
Me destapo. 
Aire fresco. 

Qué.
Vale.
He movido yo la pierna.

Mejor cojo la botella.
Me lo merezco, he empezado el día venciendo a un monstruo.

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¿Quién?

Suenan, no las ves. Hace tiempo que se fueron a sitios con más gente, con más luz, con más. ¿Es esto vivir? Ver a otros avanzar mientras tú  sigues siendo la red que espera para salvar, de fatídico golpe mortal, la nuca de quien solía acunarte. Ya no te miran, ya no te ven, escurridizas son sus mentes cuando se escudan en su nuevo lugar, donde no hay  ya hueco  para nadie más. Y tú, no has dejado de ser quien siempre acude al llamado  de quien necesita aire, calor, amor, odio, dolor, sabor. Quizá debas buscar tú también, un pequeño rincón donde todo funcione. Donde no hagan falta calzadores ni imperdibles. –Quizá deba crearlo, utilizaros a todos como combustible, veros arder por una vez desde el otro lado mientras  con mi jaula ignífuga me deshago de todo resto de humanidad que algún día me hizo madre, mujer y amiga–.

Hecatombe.

Y como todo lo que se ama, solo podía alejarme de ella. Aunque lo cierto es que es complejo, complicado, alejarse de uno mismo. Pues soy la brisa de aire fresco, que desata sus carcajadas tristes. Sé que si intento sacarla de mí, solo voy a conseguir perderme. Sé que si dejo de necesitarla, nunca jamás volveré a encontrarme. De ella, derivo yo. Ella oniria, yo insomnia. Sin -mi- vida, muero, sin -mi- luz, perezco.

Quien bien te quiere.

Hay heridas en mí, hay lesiones en abismos recónditos, vienen de la nada, pues la nada son, y solo lloran cuando quiero oírlas, cuando las admito. Cansada de tus rebotes, varada en una playa sin agua capaz solo de observarte, concentrada, en tu afanosa tarea. Trozo a trozo vas cogiendo lo que quieres, lo que no quieres en mí, y en su lugar dejas que habite la acidez de la sal. Y mientras me agazapo, abrazando mis rodillas, en una esquina de la celda que tanto amas, una sonrisa de satisfacción se atreve a delatarte desde detrás de tu máscara.