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Naranja.

Cada día hay un problema nuevo.
Y me parece de lo más lindo porque siempre hay algo que aprender dentro de las injusticias.
Es muy ridículo, si lo analizas conmigo, que solo me quede con las nimiedades malas mientras lo bonito todo se desvanece en el olvido. No nos viene bien.
Pero el problema no es el problema. El problema es el conflicto.
El problema es siempre tragar sin haber masticado bien.

Te prometo que para la próxima me dejo de enigmas y te lo explico. Si me sale. El condicionante que dio pie a la hecatombe.
Si te oscureces mucho, cuando te apagues, te buscaré entre las estrellas.
Me has salido esotérica y nunca tienes las manos frías.

No me gusta sumar.

Una tiene sus manías porque si no acabo de escribir antes de que se me acabe el cigarrillo, no acabaré nunca. Pero hoy es diferente. Hoy he descubierto adónde va la gente los domingos.

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¿Quién?

Suenan, no las ves. Hace tiempo que se fueron a sitios con más gente, con más luz, con más. ¿Es esto vivir? Ver a otros avanzar mientras tú  sigues siendo la red que espera para salvar, de fatídico golpe mortal, la nuca de quien solía acunarte. Ya no te miran, ya no te ven, escurridizas son sus mentes cuando se escudan en su nuevo lugar, donde no hay  ya hueco  para nadie más. Y tú, no has dejado de ser quien siempre acude al llamado  de quien necesita aire, calor, amor, odio, dolor, sabor. Quizá debas buscar tú también, un pequeño rincón donde todo funcione. Donde no hagan falta calzadores ni imperdibles. –Quizá deba crearlo, utilizaros a todos como combustible, veros arder por una vez desde el otro lado mientras  con mi jaula ignífuga me deshago de todo resto de humanidad que algún día me hizo madre, mujer y amiga–.

Hecatombe.

Y como todo lo que se ama, solo podía alejarme de ella. Aunque lo cierto es que es complejo, complicado, alejarse de uno mismo. Pues soy la brisa de aire fresco, que desata sus carcajadas tristes. Sé que si intento sacarla de mí, solo voy a conseguir perderme. Sé que si dejo de necesitarla, nunca jamás volveré a encontrarme. De ella, derivo yo. Ella oniria, yo insomnia. Sin -mi- vida, muero, sin -mi- luz, perezco.

Quien bien te quiere.

Hay heridas en mí, hay lesiones en abismos recónditos, vienen de la nada, pues la nada son, y solo lloran cuando quiero oírlas, cuando las admito. Cansada de tus rebotes, varada en una playa sin agua capaz solo de observarte, concentrada, en tu afanosa tarea. Trozo a trozo vas cogiendo lo que quieres, lo que no quieres en mí, y en su lugar dejas que habite la acidez de la sal. Y mientras me agazapo, abrazando mis rodillas, en una esquina de la celda que tanto amas, una sonrisa de satisfacción se atreve a delatarte desde detrás de tu máscara.