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Liquor store.

Es una lucha constante.

Se me ha perdido el norte. O puede que me lo haya escondido otra vez. Jugar a ganar entre tramas perversas suele tener esta clase de consecuencias. Los prolegómenos son peores.
Si fuera fácil no me haría gracia.

Me muevo por ver la partida desde arriba, como un ente externo, mientras te escucho poner canciones tristes de las que nunca pones. De las que dicen más de lo que quieres que se sepa. De las que tiñen de rojo la coraza de la que has decidido hacer gala.

Lo bueno es que el fracaso se me ha vuelto más acogedor que el juego. Lo bueno es que me he cavado mi propio pozo, ganándome el puesto más tranquilo sobre el tablero.
Que yo sé que lo tuyo es ser rey y admiras al alfil y los movimientos entresijados de tu reina. Pero la importancia del peón la ven pocos. Nadie ve intensidad en el nudo de la historia, solo hay avidez por el desenlace. El peón es el medio directo al jaque.

Es una lucha constante,
una meta fuera de mi alcance.

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¿Quién?

Suenan, no las ves. Hace tiempo que se fueron a sitios con más gente, con más luz, con más. ¿Es esto vivir? Ver a otros avanzar mientras tú  sigues siendo la red que espera para salvar, de fatídico golpe mortal, la nuca de quien solía acunarte. Ya no te miran, ya no te ven, escurridizas son sus mentes cuando se escudan en su nuevo lugar, donde no hay  ya hueco  para nadie más. Y tú, no has dejado de ser quien siempre acude al llamado  de quien necesita aire, calor, amor, odio, dolor, sabor. Quizá debas buscar tú también, un pequeño rincón donde todo funcione. Donde no hagan falta calzadores ni imperdibles. –Quizá deba crearlo, utilizaros a todos como combustible, veros arder por una vez desde el otro lado mientras  con mi jaula ignífuga me deshago de todo resto de humanidad que algún día me hizo madre, mujer y amiga–.

Hecatombe.

Y como todo lo que se ama, solo podía alejarme de ella. Aunque lo cierto es que es complejo, complicado, alejarse de uno mismo. Pues soy la brisa de aire fresco, que desata sus carcajadas tristes. Sé que si intento sacarla de mí, solo voy a conseguir perderme. Sé que si dejo de necesitarla, nunca jamás volveré a encontrarme. De ella, derivo yo. Ella oniria, yo insomnia. Sin -mi- vida, muero, sin -mi- luz, perezco.

Quien bien te quiere.

Hay heridas en mí, hay lesiones en abismos recónditos, vienen de la nada, pues la nada son, y solo lloran cuando quiero oírlas, cuando las admito. Cansada de tus rebotes, varada en una playa sin agua capaz solo de observarte, concentrada, en tu afanosa tarea. Trozo a trozo vas cogiendo lo que quieres, lo que no quieres en mí, y en su lugar dejas que habite la acidez de la sal. Y mientras me agazapo, abrazando mis rodillas, en una esquina de la celda que tanto amas, una sonrisa de satisfacción se atreve a delatarte desde detrás de tu máscara.