Ir al contenido principal

Iceberg.

Te voy a diagnosticar
sin tener ni puta idea de lo que te pasa.
Como el médico que,
ante la duda,
te da unos paracetamoles.

¿Sentimientos?
¡Solo quiero los buenos!
Para mí y para mi entorno,
no vaya a ser que me tenga que empezar a hacer cargo de todos los destrozos que causo.
La responsabilidad ni civil, ni emocional.

Las personas me gustan fuertes
aunque no me gusta ver el proceso que les hace resilientes,
las compro ya hechas,
como un Churrasco Abastos un domingo a las 21:00. Fácil. Rico. En la puerta de casa.

A ti te tenía entre mis manos y me gustaba mirarte desde diferentes ángulos, 
regalarte tu peso en oro,
tenerte a la distancia exacta
en el punto medio entre el desperdicio y el chaleco antibalas,
porque vulnerable no me vas a ver nunca.
Nunca más.

Me flipa el invierno,
cuando casi es febrero y necesitas meter tus manos en mis bolsillos,
pero no te acostumbres
porque cuando menos te lo esperes,
te voy a apartar.

Quiero todo lo que no puedo tener
hasta que lo consigo.
Me entretengo un rato con la arena entre los dedos,
pero sabes que antes o después voy a tener que apretar
te,
a ti,
a tu cuello,
a tu cintura,
y a otra cosa.

No hagas caso a lo que te cuenten,
somos lo que yo diga,
hasta que yo lo diga.
Mierda.
Tú eres un poco más pálida que yo.
Ojalá fueras más fría también.

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Quién?

Suenan, no las ves. Hace tiempo que se fueron a sitios con más gente, con más luz, con más. ¿Es esto vivir? Ver a otros avanzar mientras tú  sigues siendo la red que espera para salvar, de fatídico golpe mortal, la nuca de quien solía acunarte. Ya no te miran, ya no te ven, escurridizas son sus mentes cuando se escudan en su nuevo lugar, donde no hay  ya hueco  para nadie más. Y tú, no has dejado de ser quien siempre acude al llamado  de quien necesita aire, calor, amor, odio, dolor, sabor. Quizá debas buscar tú también, un pequeño rincón donde todo funcione. Donde no hagan falta calzadores ni imperdibles. –Quizá deba crearlo, utilizaros a todos como combustible, veros arder por una vez desde el otro lado mientras  con mi jaula ignífuga me deshago de todo resto de humanidad que algún día me hizo madre, mujer y amiga–.

Hecatombe.

Y como todo lo que se ama, solo podía alejarme de ella. Aunque lo cierto es que es complejo, complicado, alejarse de uno mismo. Pues soy la brisa de aire fresco, que desata sus carcajadas tristes. Sé que si intento sacarla de mí, solo voy a conseguir perderme. Sé que si dejo de necesitarla, nunca jamás volveré a encontrarme. De ella, derivo yo. Ella oniria, yo insomnia. Sin -mi- vida, muero, sin -mi- luz, perezco.

Quien bien te quiere.

Hay heridas en mí, hay lesiones en abismos recónditos, vienen de la nada, pues la nada son, y solo lloran cuando quiero oírlas, cuando las admito. Cansada de tus rebotes, varada en una playa sin agua capaz solo de observarte, concentrada, en tu afanosa tarea. Trozo a trozo vas cogiendo lo que quieres, lo que no quieres en mí, y en su lugar dejas que habite la acidez de la sal. Y mientras me agazapo, abrazando mis rodillas, en una esquina de la celda que tanto amas, una sonrisa de satisfacción se atreve a delatarte desde detrás de tu máscara.