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Agua.

No me pasaba desde hace mucho, pero con el último cigarrillo, he visto las cosas con claridad.

Primero, somos al hábito lo que el hábito a nosotros. Me sigue sorprendiendo mi entorno y que se me rice el pelo solo en primavera, pero todo parece ser mutuo y con una relación de causa y efecto. Tú y yo a parte, la segunda ficha siempre se cae cuando empujas a la primera y, bueno, sin irme más por las ramas, no vas a ser lo que podrías ser por mucho que debieras hacerlo. Y yo no puedo hacer nada por que cambies tus zapatos por los míos. Es inútil. Como el nombre que nos he puesto. Como ver vida más allá de Ío.

Segundo, tengo todo lo que hace falta para funcionar, pero no funciono. No del todo.
Es como si alguien hubiera triturado todo lo que tengo por debajo de la piel y me hubiese echado del nido, de forma cruel, antes de que la oportunidad de aprender a volar me hubiese sido dada. Y lo que iba a ser alondra, se quedó en gusano. 
No hay lugar para el azul entre tanta tierra.

Tercero, nada justifica que no me quede vino en la nevera y nada le da sentido al pánico que me devuelve el espejo ante la idea de salir. Todo es una conducta adquirida.
Incluso tú, bebé.

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¿Quién?

Suenan, no las ves. Hace tiempo que se fueron a sitios con más gente, con más luz, con más. ¿Es esto vivir? Ver a otros avanzar mientras tú  sigues siendo la red que espera para salvar, de fatídico golpe mortal, la nuca de quien solía acunarte. Ya no te miran, ya no te ven, escurridizas son sus mentes cuando se escudan en su nuevo lugar, donde no hay  ya hueco  para nadie más. Y tú, no has dejado de ser quien siempre acude al llamado  de quien necesita aire, calor, amor, odio, dolor, sabor. Quizá debas buscar tú también, un pequeño rincón donde todo funcione. Donde no hagan falta calzadores ni imperdibles. –Quizá deba crearlo, utilizaros a todos como combustible, veros arder por una vez desde el otro lado mientras  con mi jaula ignífuga me deshago de todo resto de humanidad que algún día me hizo madre, mujer y amiga–.

Hecatombe.

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Hay heridas en mí, hay lesiones en abismos recónditos, vienen de la nada, pues la nada son, y solo lloran cuando quiero oírlas, cuando las admito. Cansada de tus rebotes, varada en una playa sin agua capaz solo de observarte, concentrada, en tu afanosa tarea. Trozo a trozo vas cogiendo lo que quieres, lo que no quieres en mí, y en su lugar dejas que habite la acidez de la sal. Y mientras me agazapo, abrazando mis rodillas, en una esquina de la celda que tanto amas, una sonrisa de satisfacción se atreve a delatarte desde detrás de tu máscara.