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Migas.

No suelo ver las cosas. Me gusta ocultármelas, sorprenderme con todo lo que duele porque de improvisto hace más daño.
Son temas arduos y situaciones complicadas las que hoy nos inundan, pero hay que girar el tablero. 

Me gusta pensar que en otra vida solía cuidar plantas, por cómo te cuido a ti y por todas las espinas que me devuelves.
Aprender a regarme a mí misma es mi objetivo en esto e irme esculpiendo a través de las sequías es la única recompensa que debería buscar.
También te lo digo, ojalá no exista la reencarnación porque estás jodido, con una sola mirada, Platón te diría que no llegas ni a mujer.

Más o menos cada dos meses, sueño con una ciudad que yo misma me he inventado. Tiene 3 calles muy separadas entre sí por un espacio en blanco. 
No creo que la conozcas porque nunca has estado en ningún laberinto que tú mismo no hayas creado, pero si alguna vez la visitas, no le mires a los ojos a las estatuas porque son reflejos de mí misma y te guardan siempre detrás de las pupilas y no creo que soporten proyectarte sin resquebrajarse. 
No quiero nada más roto. 

Déjame las canciones y vete. Me convenceré de que son agua.

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¿Quién?

Suenan, no las ves. Hace tiempo que se fueron a sitios con más gente, con más luz, con más. ¿Es esto vivir? Ver a otros avanzar mientras tú  sigues siendo la red que espera para salvar, de fatídico golpe mortal, la nuca de quien solía acunarte. Ya no te miran, ya no te ven, escurridizas son sus mentes cuando se escudan en su nuevo lugar, donde no hay  ya hueco  para nadie más. Y tú, no has dejado de ser quien siempre acude al llamado  de quien necesita aire, calor, amor, odio, dolor, sabor. Quizá debas buscar tú también, un pequeño rincón donde todo funcione. Donde no hagan falta calzadores ni imperdibles. –Quizá deba crearlo, utilizaros a todos como combustible, veros arder por una vez desde el otro lado mientras  con mi jaula ignífuga me deshago de todo resto de humanidad que algún día me hizo madre, mujer y amiga–.

Hecatombe.

Y como todo lo que se ama, solo podía alejarme de ella. Aunque lo cierto es que es complejo, complicado, alejarse de uno mismo. Pues soy la brisa de aire fresco, que desata sus carcajadas tristes. Sé que si intento sacarla de mí, solo voy a conseguir perderme. Sé que si dejo de necesitarla, nunca jamás volveré a encontrarme. De ella, derivo yo. Ella oniria, yo insomnia. Sin -mi- vida, muero, sin -mi- luz, perezco.

Quien bien te quiere.

Hay heridas en mí, hay lesiones en abismos recónditos, vienen de la nada, pues la nada son, y solo lloran cuando quiero oírlas, cuando las admito. Cansada de tus rebotes, varada en una playa sin agua capaz solo de observarte, concentrada, en tu afanosa tarea. Trozo a trozo vas cogiendo lo que quieres, lo que no quieres en mí, y en su lugar dejas que habite la acidez de la sal. Y mientras me agazapo, abrazando mis rodillas, en una esquina de la celda que tanto amas, una sonrisa de satisfacción se atreve a delatarte desde detrás de tu máscara.