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Orquídea

No me brillan las luces,
no importa cuánto las espere,
la única pausa relevante
es la que anticipa la carne rasgada,
la lágrima pesada,
la última llamada.

Dicen que algo habita los mares,
que acecha,
que medita sobre las posibles formas de acabar con las esencias de las cosas,
con destruir para crear,
y que,
cada vez que frota sus manos entre sí,
un volcán en Hawaii le da la vuelta a la almohada.

Hay algo bonito entre tus sábanas frías,
en tu condena absolutista en la que, a la vez,
eres poder y súbdito.
Hay algo cancerígeno en tu forma de mirar.
Hay cosas por decir
que nadan y se ahogan,
entre ron y Coca-Cola,
que se disipan y diluyen
como la hiel entre gotas de sangre.

Quiero ser ponzoña y quiero ser antídoto,
quiero vivir para siempre entre tus sienes,
germinar y crecer hasta que se me pierdan las falanges entre basura galáctica y tu doble dosis de esperanza.

Me reduzco y acabo siendo poesía en tiempos de guerra interna,
como vinagre para el sediento
quemo más de lo que apago
y solo bailo si siento,
solo bailo si quiebro la órbita que me vincula a tu rotativa constante,
solo me mareo si paro
y estoy intentando no explotar.


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