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Edad

Ha vuelto el frío y me ha traído consigo.
Tampoco es como si me hubiera ido, no por mucho rato, aunque tú ya sabes que las ausencias de mentira también se notan.

Estaba muy bien metida en tus zapatos; y es que, aunque tus pies sean pequeños, deambular amando solo a quien te amaba a ti, era hasta reconfortante. Tranquilo. Fácil.
Fui tú y acabé odiándome.

Me aterroriza que se muera con mi cabeza entre sus rodillas, que nunca termine de trenzarme el pelo, que el tiempo se la lleve como a esa manzana golpeada que nadie quiere.
Cada vez que la visualizo en su ocaso, mi almohada se empapa incluso antes que mis muñecas.
Hay hábitos que nunca se pierden.

Quisiera poder hacer algo al respecto, parar al acelerado metal que nunca se acerca para matar, pero solo puedo quedarme muy quieta y esperar a que termines conmigo. En oniria y fuera de ella.
Por lo menos en mis sueños haces algo.

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¿Quién?

Suenan, no las ves. Hace tiempo que se fueron a sitios con más gente, con más luz, con más. ¿Es esto vivir? Ver a otros avanzar mientras tú  sigues siendo la red que espera para salvar, de fatídico golpe mortal, la nuca de quien solía acunarte. Ya no te miran, ya no te ven, escurridizas son sus mentes cuando se escudan en su nuevo lugar, donde no hay  ya hueco  para nadie más. Y tú, no has dejado de ser quien siempre acude al llamado  de quien necesita aire, calor, amor, odio, dolor, sabor. Quizá debas buscar tú también, un pequeño rincón donde todo funcione. Donde no hagan falta calzadores ni imperdibles. –Quizá deba crearlo, utilizaros a todos como combustible, veros arder por una vez desde el otro lado mientras  con mi jaula ignífuga me deshago de todo resto de humanidad que algún día me hizo madre, mujer y amiga–.

Hecatombe.

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