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No me gusta hablar por hablar.
No me gusta decir cosas que nadie necesita oír.
Cuando tenía 6 años, Tolkien y Jackson me enseñaron que los ents solo dicen las cosas en su propio idioma y que además, tienden a escatimar en palabras.
Más adelante, me sumergí en un paroxismo literario del que aún hoy no he salido e hice un voto de silencio parcial que mi madre se empeñó en romper desde el principio y que yo solo rompía para leer en alto.
A los 8 años heredé un walkman y un cassette de los Beastie Boys y para cuando cumplí 9 cantaba todas las canciones de la cara A al derecho y al revés. Luego descubrí la cara B y tuve una epifanía con la dualidad individualista.
Recuerdo que no reaccioné bien cuando me cambiaron los cassetes y lo que quedaba del bic azul -para rebobinar las cintas- por discos y un walkman que ni era walkman ni era nada.
Así que empecé a hacer amigos. Algunos siguen hoy merodeando por mi medio, pero la mayoría decían que hablaba demasiado.

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¿Quién?

Suenan, no las ves. Hace tiempo que se fueron a sitios con más gente, con más luz, con más. ¿Es esto vivir? Ver a otros avanzar mientras tú  sigues siendo la red que espera para salvar, de fatídico golpe mortal, la nuca de quien solía acunarte. Ya no te miran, ya no te ven, escurridizas son sus mentes cuando se escudan en su nuevo lugar, donde no hay  ya hueco  para nadie más. Y tú, no has dejado de ser quien siempre acude al llamado  de quien necesita aire, calor, amor, odio, dolor, sabor. Quizá debas buscar tú también, un pequeño rincón donde todo funcione. Donde no hagan falta calzadores ni imperdibles. –Quizá deba crearlo, utilizaros a todos como combustible, veros arder por una vez desde el otro lado mientras  con mi jaula ignífuga me deshago de todo resto de humanidad que algún día me hizo madre, mujer y amiga–.

Hecatombe.

Y como todo lo que se ama, solo podía alejarme de ella. Aunque lo cierto es que es complejo, complicado, alejarse de uno mismo. Pues soy la brisa de aire fresco, que desata sus carcajadas tristes. Sé que si intento sacarla de mí, solo voy a conseguir perderme. Sé que si dejo de necesitarla, nunca jamás volveré a encontrarme. De ella, derivo yo. Ella oniria, yo insomnia. Sin -mi- vida, muero, sin -mi- luz, perezco.

Quien bien te quiere.

Hay heridas en mí, hay lesiones en abismos recónditos, vienen de la nada, pues la nada son, y solo lloran cuando quiero oírlas, cuando las admito. Cansada de tus rebotes, varada en una playa sin agua capaz solo de observarte, concentrada, en tu afanosa tarea. Trozo a trozo vas cogiendo lo que quieres, lo que no quieres en mí, y en su lugar dejas que habite la acidez de la sal. Y mientras me agazapo, abrazando mis rodillas, en una esquina de la celda que tanto amas, una sonrisa de satisfacción se atreve a delatarte desde detrás de tu máscara.