Camino,
dibujo mi trayectoria
con dos décadas de tinta,
con mi sábana mortuoria
agitándose a espaldas
de puertas que solo gritan.
Y la esperanza,
cancerígena,
con su constante amenaza
agita su espada
y flagela al ideal de sol
que se aventura entre barrotes de dolor,
que penetra la jaula invisible
que me mantiene a oscuras,
entre tinieblas y conjeturas.
Que no me quiero,
solo me mato,
clavándome las uñas,
huyendo de la luz,
hundiéndome entre navajas,
siendo suave,
siempre suave,
siempre blanca
y sucumbiendo en un mar escarlata
que nace y mancha,
que fluye y emana
la misma voz que me llevaba a oniria
cuando todo era más simple,
cuando la única función de la sangre
era arremolinarse en mis mejillas
ante la esperada oferta
de algo dulce a cambio de silencio.
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