Sueño con morirme desde que tenía 13 años.
No confío en nadie que no contemple su propia insignificancia existencial más de dos veces al día. O a la noche.
Sueño con saber lo que sé sin acarrear las consecuencias que conviven con ello, pero sácame de casa esta noche, que lo llevo mal y voy a fingir agradecérselo todo a ese mechero amarillo tuyo.
Sueño con empezar de nuevo, ya sea en la inexistencia o con una identidad falsa y una cara nueva. O con otra esencia. Puede que hasta siendo una de esas personas felices y funcionales que tienen buen humor por la mañana y van a una clase de pilates para descargar tensiones. De las que escuchan música alegre y bailan swing. De las que dices odiar pero que la praxis te refuta.
Sueño con las cosas que podrías hacer, que no harás, pero que podrías.
Sueño conmigo siendo y no estando.
Sueño con la mecha sin incendio.
Sueño con la pólvora sin explosión.
Sueño contigo sin traición.
Sueño con vidas paralelas.
Sueño con que suenes.
Sueño con vivir.
Sueño.
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