Tuve que dejarte morir verte desaparecer por el sumidero de esa bañera que nunca llenas. Me hice más daño del que puedo ser consciente. Vaso tras vaso, entre copas y soslayos no pude aguantarlo, fue suficiente. Con un cincel en la nuca colgado, sin que suba, tu cuello explota en esquirlas manchándolo todo con la misma bilis que tu garganta ya no deja pasar. En mala hora, con mala estrella también, estampaste esa vista tuya entre mis dos sienes creyéndote con el derecho de remover aquello que estaba durmiente, latente, sangrante y caliente. Más que tu sangre, más que tu mente. Nadie sabe lo que callas, pero incluso sin vocalizarlo dices las palabras que tu esternón necesita drenar, soltar y liberar en una ventisca sin precedentes que se nos lleva, se nos lleva consigo. Esos ojos tuyos, ojos vacíos e intoxicados con un veneno fabricado de frío y odio prensado, no voy a mirarte más, solo voy a verte por aquello que enseñas a quien jura conocerte.
Hombre lobo hombre.