Tuve que dejarte morir
verte desaparecer por el sumidero de esa bañera
que nunca llenas.
Me hice más daño del que puedo ser consciente.
Vaso tras vaso,
entre copas y soslayos
no pude aguantarlo,
fue suficiente.
Con un cincel en la nuca
colgado,
sin que suba,
tu cuello explota en esquirlas
manchándolo todo con la misma bilis que tu garganta ya no deja pasar.
En mala hora,
con mala estrella también,
estampaste esa vista tuya
entre mis dos sienes
creyéndote con el derecho
de remover aquello que estaba durmiente,
latente,
sangrante
y caliente.
Más que tu sangre,
más que tu mente.
Nadie sabe lo que callas,
pero incluso sin vocalizarlo
dices las palabras que tu esternón necesita drenar,
soltar
y liberar
en una ventisca sin precedentes
que se nos lleva,
se nos lleva consigo.
Esos ojos tuyos,
ojos vacíos e intoxicados
con un veneno fabricado
de frío y odio prensado,
no voy a mirarte más,
solo voy a verte
por aquello que enseñas
a quien jura conocerte.
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