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Uve.

Cuatro meses 
es lo que tarda
mi respeto
en escaparse
de entre tus dedos.

¿Poder?
Nunca lo has tenido.
¿Paz?
Otra cosa
que sigues buscando.

Te diluyes más rápido que pronto
en la misma esquina
de la calle que separa
mi espalda de tu –ya muerta– risa.
Como Baudelaire y Borges
dos bordes igual de afilados
dando respuestas
bajo el mismo sol nublado.

Regocíjate entre espinas y hollín,
siempre será más mullida una cama caliente,
la ocupe quien la ocupe
que la remota opción de aceptar a tu yo,
a tu ente,
vacío y ruin.

¡Agua para el sediento y compañía para el muerto!

Malditos los límites de tu alma,
la misma que cortante
rechaza 
al cuerpo que amenazas.

Que se alivien tus huesos,
justo por debajo de la gruesa capa de piel de la que haces gala,
no volveré a mirar
hacia el abismo yermo
que nunca se digna
a dar cobijo al enfermo.

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