Me gustan los secretos.
Me gusta la exclusividad de saber lo que casi nadie sabe.
Me gusta la discreción de susurrarle cosas a mi perra que comprenderá tanto como yo el arameo.
Me gusta la exclusividad de saber lo que casi nadie sabe.
Me gusta la discreción de susurrarle cosas a mi perra que comprenderá tanto como yo el arameo.
La belleza está en eso.
Pero se sabe que toda luz tiene su sombra y sus cosas malas. Las sombras no son malas, yo creo que son bonitas. La luz es bastante vacía. Muchas veces no necesitas ni verla para que esté ahí. Y a veces se comporta como onda y otras como materia y mira, ya bastante tengo con aguantar mis cambios de humor como para soportar las redefiniciones de fotones aleatorios que ni conozco, ni tienen masa.
Un médico me dijo una vez que una copita de vino con la comida es hasta sana. A mí me gusta con la cena también. Y los domingos con el desayuno. Merendar solo meriendo cuando estoy feliz y eso a mí me dura poco. Merendar es cosa de niños, de arena en los zapatos y de rodillas raspadas. La merienda no se recupera, solo se pierde. Como la gracia, a la mía no la he vuelto a ver desde aquel día que se me ocurrió sacarla a pasear. Lo que se queda siempre es lo que no se sabe. Existen ya pocas cosas más poderosas que un "¿y si?" seguido de puntos suspensivos y lo que, desde luego, habría sido una maravillosa experiencia. Ante esto: déjate de dudas, mejor caerse. Si total, las rodillas aguantan.
Pero se sabe que toda luz tiene su sombra y sus cosas malas. Las sombras no son malas, yo creo que son bonitas. La luz es bastante vacía. Muchas veces no necesitas ni verla para que esté ahí. Y a veces se comporta como onda y otras como materia y mira, ya bastante tengo con aguantar mis cambios de humor como para soportar las redefiniciones de fotones aleatorios que ni conozco, ni tienen masa.
Un médico me dijo una vez que una copita de vino con la comida es hasta sana. A mí me gusta con la cena también. Y los domingos con el desayuno. Merendar solo meriendo cuando estoy feliz y eso a mí me dura poco. Merendar es cosa de niños, de arena en los zapatos y de rodillas raspadas. La merienda no se recupera, solo se pierde. Como la gracia, a la mía no la he vuelto a ver desde aquel día que se me ocurrió sacarla a pasear. Lo que se queda siempre es lo que no se sabe. Existen ya pocas cosas más poderosas que un "¿y si?" seguido de puntos suspensivos y lo que, desde luego, habría sido una maravillosa experiencia. Ante esto: déjate de dudas, mejor caerse. Si total, las rodillas aguantan.
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