Ir al contenido principal

De monstruos y hombres.

Uno de mis mayores problemas con la vida adulta -y no tan adulta- es que todo va demasiado rápido.

No te recuperas del primer golpe y ya está todo en el octavo.

666.

Pero lo peor es otra cosa.

La velocidad solo genera más velocidad, como tu violencia y mis arañazos.

Pienso más rápido de lo que puedo -o podré nunca- procesarme.
El vórtice en el que me sumerjo, me lleva consigo.
Pienso tan rápido que vivo las cosas antes de decirlas. Nadie puede vocalizar tan rápido. 

O articular un sonido que signifique algo más que todo lo que nos cuentas.

Y ya lo he probado todo. Pero nada realentiza esto. Ni las benzodiacepinas, ni lo ilegal, ni los cobatas que te haces, ni los chupitos que me debes.
Nada sustituye esto.
Nada te sustituye a ti.
Todo es mentira.
Todo te grita.

Algunas cosas no tienen solución. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Legión

Nadie navega por la calma del otro, del movimiento nacen las tormentas, estremecimiento irresistible de la misma tierra que domina tus pasos. Ego sum bellum! Nadie sabe a lo que se enfrenta, y sin más, emprenden cálidas idas que terminan en gélidas venidas. Ego sum bellum! Nadie puede verte subir si su propio ascenso  es la neblina misma que cubre sus ojos. Ego sum bellum! Nadie desafía a la misma muerte que robará de tus labios tibio suspiro, término de una vida fatal. Ego sum bellum!  Porque mis células, ya no están en tus células. Y tus dedos nunca han tocado mi sed.

Spanish leather

Mi aliento quema como la ira del volcán. El ruiseñor acude a la llamada de las ramas, mientras la vida irrumpe rompiendo las cáscaras. (Cielo, cielo, dime por qué lloras. Cielo, cielo, dime por qué lloras). Mis ojos fluyen como frías cascadas. Ese día me pediste mi muñeca y me la devolviste meses después, como nueva, pero sin alma. (Fuego, fuego, dime por qué la quemas. Fuego, fuego, dime por qué no arde). Mi aliento quema como la ira del volcán.

Ópalo

Mi mera existencia es una involución para la especie. Soy el sujeto débil del que habla Darwin.  Si os hablase de mi suerte, la pasión de Juana de Arco os parecería cosa de niños; siempre me caigo y cada vez peor. La irregularidad de los terrenos por los que me muevo me está dejando sin pies y los suelos solo los siento con la cara. Siempre me topo con lo que no quiero ver.  Delante de mis narices, pasando desapercibido e inequívoco, trazándose sobre la única trayectoria en la que no se me ocurrió pensar.  Las tangentes se me dan mal así que de nuevo, siempre me escapo mal. Condenada, como Ícaro, a quemarme como fin. A subir para bajar. Y, del mismo modo que la lluvia fue creada para caer,  tú has nacido para matarme, y yo para morir. Quizá ella conduzca.