Tengo la dichosa manía de ver siempre todos los posibles significados que tienen las cosas.
Las que haces y las que no.
Todas las opciones acompañadas de todos los caminos que estas pueden recorrer se agolpan entre mis sienes y se montan una fiesta ellas solas, rompiéndolo todo y yéndose sin fregar los vasos.
Muchas veces, también se dan besos y se entremezclan entre ellas, porque su motivo de existencia es, de forma exclusiva, triturar la calidad de mis perspectivas.
Y a mí me gusta fluir. Siempre. Que mis pies se deslicen solos hasta que dejen de rozar el suelo.
Y esta dichosa manía mía solo me deja con la miserable opción de brindar con todas las desdichas e hipótesis.
No quiero imaginar esto, pero seguro que todo esto me esculpe y me define y es siempre mejor dejar todas los cabos sueltos, aunque en las pelis no me guste nada -me guiñas un ojo desde la esquina más alejada de la habitación-.
Y sé que tengo que parar de avanzar, porque el agua se torna demasiado fría cuando te acercas al nexo, al magma que te sale de los pulmones con el único fin de ahogarme a mí. Sé que queda mucho por subir.
Ay, pero tengo que irme. Quizá puedas volver un día y quizá podamos hablar. O fluir.
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