Hace una vida, quise ser Klimt, odiar a quienes insistían con prisa y sin pausa, intentando convencer a un público vacío de que la muerte es una coma, un coma inconcluso que te permite flotar para luego caer o volar según el veredicto de la única consciencia que debe reinar, juzgar y delegar, confiar en súbditos indómitos que no se dejan someter, que queman coronas o lo intentan para luego dejarse caer desde las nubes hasta en atardecer. Quemad mis obras en grados fahrenheit, del mismo modo que yo te quemo, que yo me quemo, huyendo del tiempo, levantándome siempre para acostarme de nuevo en el suelo. Los finales nunca son tragedia la tragedia se masca, se enrolla, se bifurca siempre en lo ideal y la realidad de la que eres preso aunque ni siquiera exista, aunque solo duela. Por eso el punto es benévolo, su concesión a un fin es la clemencia del verdugo, que con su afilado yugo completa la condena, el ...
Hombre lobo hombre.