Rabia.
Nunca había escrito con rabia.
Francamente, creo que yo misma me había aclimatado a dejarme inspirar solo por el desencanto -y sus consecuentes derivaciones emocionales-.
Pero la rabia es algo nuevo.
Lo cierto es que es una sensación sobrecogedora.
Siento la mirada de Descartes fija en mi espalda por apologizar a Psique; me importa un comino.
No sé ni por qué sigo escribiendo.
Bueno, quizá sí...
Estoy tecleando para manifestar mi más intenso odio a todo lo que me rodea.
Lo cotidiano solo suscita una enorme bola de negatividad con la que tengo que lidiar cada noche.
Y cada noche es más grande.
Ahora la rabia se ha transformado en ira.
Genial, estoy pecando.
Lástima que Dios sea persona non grata en mi hipotálamo.
La ira y la rabia son subversivas. Sacan lo mejor de mí; se llevan mi debilidad.
Quieren ser ventiscas y ya son huracanes.
Y, definitivamente, no sé qué siento.
Me he perdido a mí misma en los gritos apagados de mi conciencia hecha pedazos.
Ya no me queda nada.
Vendetta.
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