Había
sido una actuación sublime; tanto que los aplausos y los vítores me
perseguían mientras caminaba a un paso lento en dirección a casa.
Hacía
frío. Bastante. Pero no era un frío húmedo y tedioso, era un frío
agradable.
Desafortunadamente,
aquella tonificante sensación me fue prematuramente arrebatada por
el mundano calor de mi morada.
Lo
cotidiano suscitaba un odio tan intenso en mí…
Me
quité la ropa y me dirigí al baño; allí estaba mi última obra.
Al
encender la luz, me quedé sorprendido por la bella y primitiva
combinación de colores y, sin más, continué descuartizando aquel
cuerpo.
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