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San Junípero.

Mi vida es un largometraje,
las cosas más extrañas me pasan a mí,
así que,
quizá,
hasta lo protagonizo.

Quise verte formar parte de mi elenco,
ser el Clyde para todo lo Bonnie de mi personalidad,
y acabaste siendo la crítica del sistema,
las mariposas de McConaughey
bonitas y efímeras,
hambrientas pero podridas.
Quise ser corista para un príncipe que no existía,
para la idea monárquica podrida de la que se me hizo partícipe,
de la que ninguna mujer puede escapar.

Eres oxígeno para el moribundo,
y cicuta para el vivaracho.
La contradicción que te define es más fuerte que mi caos.
Tus piernas delgadas golpean el aire,
desvían la lluvia,
se desnutren cuando bailas sin querer dentro de mi falda,
cuando gritas mi nombre con los ojos,
cuando atraviesas la niebla entre estanques y muros de piedra,
cuando me dejas sola, sin hacer más ruido que el de las monedas peleándose en el suelo.

Eres Prometeo
robándome la luz
alrededor de la cual revoloteo,
eres Proteo
riéndose de Neptuno,
eres el orgullo de tu raza,
pero no de la mía.
Porque quise vernos iguales,
venerar el cuerpo en el que habitabas,
adorar tu discurso absurdo
que acabó siendo alabado por todos
y amado por ninguno.

Desvías tus rutas y crees que no me doy cuenta,
le achacas a la edad las nuevas piezas de tu armadura,
metal sobre hielo sobre lava,
indetectable es el acceso a tu verdad,
como los 8 minutos que te separan de Caronte.

Necesito mitología para descifrarte,
porque me voy a dormir todas las noches
y me conecto a la misma red de pensamientos que te contiene,
me pongo pálida al principio, incluso con la luz apagada.
Intento recordar y nunca lo consigo;
la mente se aísla de lo que le duele,
pero yo siempre subo la misma cuesta,
y siempre te encuentro a la derecha,
aquí, pero no mucho,
donde nunca, pero a veces,
donde ya no quedan peces,
donde solo languideces
entre carcajadas, miradas y roces.

En San Junípero, hasta que despiertes.

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