Llega un punto en el que todo lo que tienes alrededor, te obliga a crecer.
Nadie merece ver el reflejo de su propia infancia hecha polvo ni, mucho menos, lidiar con las conductas de un niño.
A pesar de que no parece valer la pena, cambiar de perspectiva el tablero, es siempre la mejor opción para no perderse el momento que estás viviendo. Para que no pase lo mismo que cuando eras feliz raspándote las rodillas con la arena del parque y no lo sabías.
Siempre hemos ido adaptando el medio a nosotros. Desde la primera chispa, desde la primera rueda, desde el primer intercambio de fluidos. Por eso te incomoda tanto que te lleven la contraria cuando no tienes razón. Por eso la rabieta. Por eso la barbilla bien alta compensando la moral inexistente que, te prometo, solías tener.
La vida sin principios es mejor no vivirla.
Quiero pensar que algún día seremos viejos y tendremos muchas historias que contar aunque sea imposible con esta tónica predominante que se basa en aplastar y pisar todo lo que intenta florecer cerca de ti.
Ni todas las tormentas del mundo concentradas en tu pequeño jardín serían suficientes para hidratar la tierra que salas sin pausa.
Regocíjate si quieres.
Tenemos calefacción y ya no hay que trabajar la tierra para tener los mejores tomates sobre el pan. Ya no hay siete variedades de pimientos en conserva en la despensa. Ya no hay tardes de salir corriendo de ballet, natación o gimnasia rítmica hacia los brazos de Melchor. El rey mago y mi abuelo. Cada viernes caluroso me llevaba a la Ibense y me compraba un cucurucho con media bola de mantecado y media bola de fresa. Y yo me ponía perdida mientras le escuchaba contarme sobre cómo no hizo la mili o como defraudar y traicionar a la gente que te quiere es el pecado más intolerable que existe.
Que existes.
Y que ahora solo pido tarrinas.
Comentarios
Publicar un comentario