No puede ser.
No puede ser que estés provocando todo esto solo poniendo los ojos en blanco y posando las armas.
En tu cabeza, el humo de la pólvora,
besándose con la brisa de tu traición,
decide erosionar las retinas
de todo aquel que soporta la luz que irradias.
En tus manos, las flores flotan
y se enredan con tus pestañas
como en un génesis inconcluso,
negándose a descender conmigo.
En tus entrañas, la bilis espesa
se arremolina alrededor de tu núcleo,
atraída por el vacío de tu ira,
absorbida por la gravedad de tus actos multiplicada por 9,81 m/s2.
Como en un desagüe muerto de sed,
soy la sangre de tus manos.
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