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Narciso.

Me anestesio de forma constante.

Todos los días son una basura recalcitrante que yo misma me sirvo en el plato para dejar que disfrutes de la azarosa tarea que reside en intentar empujar semejante bazofia existencial hacia abajo y por mi esófago.

Como Malcom McDowell, maniatada y estupefacta mientras me suministran mi propio trauma con un catéter.
Y no, no me gustan las tiritas.
Que hagas mella sobre la malla inquebrantable que me refugia me pone de malas.

Creo que mis venas son bonitas.
Son azules y pequeñitas, frágiles como las que más, se rompen y convulsionan sobre el suelo corrupto que es mi piel.
Las de casi todo el mundo son verdes.

Lento y doloroso, evitando el tirón, Erik Satie me dice que me deje de melodramas, que él lo pasó mil veces peor.
Y en mi menor.

Por lo menos no estoy sola,
siempre me acompaño para verme caer y tropezar porque, sí, ya estoy de bruces sobre el charco antes de que llueva.
Con las pestañas mojadas y el pelo pegado a las mejillas.

No me gusta tenerte suelto porque sí.
Te dejo fluir por mí cuando vale la pena: una vez cada luna llena y siempre al mismo compás.
Lástima que nunca suenes los lunes.

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