Todo el mundo sabe que estoy un poco muerta por dentro. Nací con un nombre raro, una enfermedad equivocada y con la cabeza muy grande en proporción con mi cuerpo. En el patio de mi guardería había una piscina que hacía esquina y que siempre estaba vacía, de agua porque al pasar de los quince grados se llenaba de lagartijas y no diré nombres, pero sé de alguien que conoces que ha digerido más de un reptil; el último día, recogí mi mochila -que era como un peluche de Garfield pero hueco como tú-, me fui al baño y tuve la suerte de perderme en una habitación con un piano enorme que no sabía tocar, pero si admirar, manchar y hacer sonar y bueno, casi estaba la policía en la puerta cuando me encontraron. Ese día hubo remolacha hervida para comer. Mi madre desempolvó su agenda para conseguirme una plaza en un colegio en el que la vida se me haría un poco más cuesta arriba de lo que espe...
Hombre lobo hombre.