Creo que, definitivamente, he perdido la catártica capacidad de abstraerme sobre un folio en blanco.
Me he dejado dominar por mi propia subjetividad, mostrando partes de mi propio psique que solo quería ocultar. Y ni siquiera tuve la oportunidad de oponer un mínimo de resistencia.
¡Qué grandes me van esos pantalones! En especial cuando es la debilidad, y no la fortaleza, la que determina hasta el último detalle de mi ser.
Hay nubes de tormenta aparcadas sobre mis ojos a tiempo completo... Intentaré que la tinta no se corra.
En realidad no paro de reírme.
No tenéis ni idea de lo estúpido -y a la vez inteligente-, que es llenar folios y folios de decadencia cohesionada para expresar siempre el ruidoso y fatídico desengaño que me rodea.
Pero, tranquilos, no tratéis de recomponerme: no estoy rota. Tan solo erosionada por la puta mierda de existencia que un despiadado destino o Dios ha escrito para mí.
Quizá resista a la próxima estocada, queridos.
¿Es tan diferente? De una prisión sin barrotes la vida en cursiva sin distracción posible ante el azote del deber, del seguir. Sentencia sin término y luz sin incendio este fuego quema, invisible y sin llamas efímero y enfermo. No me quisiste al principio, yo tampoco al final pero el tiempo nos maldijo y no fuimos quien de olvidar el susurro mortal de tu piel contra mi sed. La redención del inocente que patada tras patada, escondido llora sin prisa, sin demora. Nunca escapará tu voz de este estruendo la mía te sigue sin mirar atrás hacia la elegía de nuestro duelo. No me quisiste al principio, yo tampoco al final pero el tiempo nos maldijo y no fuimos quien de olvidar el susurro mortal de tu piel contra mi sed.
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