El silencio se rompe y los aplausos inundan la sala; no caigas en la trampa, no suenan por ti. No te soportan.
Sus manos chocan, orgullosas, por tus interminables y erráticos fallos. ¡Como si me importara!
Pero siguen siendo sus carcajadas las que navegan en el aire, y tus lágrimas las que se hunden en él.
Las butacas se vacían y las luces son devoradas por la oscuridad, como si fueran las notas finales de un nocturno de Chopin, sumergidas en un dacapo interminable.
"No vale la pena", te dices. "Baja de tu maldito pedestal".
Y me voy del escenario saliendo a la fría e incesante lluvia. Ella por lo menos emite una melodía armónica.
Los violines me persiguen, guiándome a ninguna parte, mientras los contrabajos marcan el ritmo de mis pasos, inexorablemente.
Espero un disparo, una palabra, mientras camino sin rumbo en busca de un final infeliz.
Nadie navega por la calma del otro, del movimiento nacen las tormentas, estremecimiento irresistible de la misma tierra que domina tus pasos. Ego sum bellum! Nadie sabe a lo que se enfrenta, y sin más, emprenden cálidas idas que terminan en gélidas venidas. Ego sum bellum! Nadie puede verte subir si su propio ascenso es la neblina misma que cubre sus ojos. Ego sum bellum! Nadie desafía a la misma muerte que robará de tus labios tibio suspiro, término de una vida fatal. Ego sum bellum! Porque mis células, ya no están en tus células. Y tus dedos nunca han tocado mi sed.
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