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Capricho.

Parece que decía de broma lo de que no puedo conmigo y al final el comentario arbitrario de sabor amargo se ha convertido en concesión inconclusa sin término a la muerte rapaz.
Qué poco dura lo que importa.
Y cuánto tiempo te pasas dando vueltas alrededor del mismo foco, cual polilla beoda que no centra bien el vuelo, justo para que te corten la luz en las narices.
Calderos de agua fría que caen, gota a gota, por la espina dorsal, dan la vuelta y cruzan hasta la yugular.
Vete tú a saber qué coño quieres decir cuando no hablas.
Cuando clavas tu pupila transparente en mi cara vacía y te llevas lo poquito que queda de mí.

Los primeros coletazos de este año que se precipita hacia el abismo fueron incapaces de noquearme. Sobreviví a febrero sin ganas, pero la luna entró en su lugar favorito para la hecatombre y se fue todo a la puta.

Te voy a decir la verdad una vez más, que sé que no te gusta, que te desenvuelves mejor entre ilusiones fugaces que te protegen dentro de tu célula marchita hecha de hierro y cal. Necesitaba más días. Más meses. Más años. Más yos. Que no me puedo dormir si no se me acunan los omóplatos y las clavículas, que sin uñas y sin dientes el amor no tiene sentido. Que tu flor es la orquídea y tu carta La Estrella. Que pintan bastos cuando te esfumas y me dejas.

El corazón ennegrecido de una cometa que vuela se niega a despegarse, estremecido, del viento que me lleva.
Que te mece a su voluntad,
en contra de lo que 
no quieres
necesitar.

Quítate.
Lo único que importan son las drogas
que te llevan de una dimensión a otra,
a la teoría M,
al núcleo del planeta que tratas como propiedad privada.

Te aviso.
Acabarás pidiendo el café con aguardiente.

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