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Carta a mí misma.

Te voy a querer siempre,
aunque no vuelvas a estar.

Vas a caerte mil veces más,
y el suelo que todos desprecian, se volverá tu casa. Tu casa que todos pisan, escupiendo al templo en el que habitas.
Pero es aquí abajo donde las sábanas huelen a ti, donde entre cada gotita de sangre hay una frase tuya, donde te materilizas abrazándome por la espalda.

Quiero pensar que nunca tendré miedo de sentir y de actuar en consecuencia, que mi discurso no será incompatible con mirar debajo de tus pómulos.
Lo que sí sé que va a ser imposible es salir de este laberinto mientras me siga enamorando de cada minotauro que me cruzo. Pero tampoco te tortures, es inevitable ver belleza en lo roto cuando uno mismo está hecho añicos.

Estas edades son así, desde los 11 hasta los 89 pasa todo lo malo. Cotizaré durante seis décadas más de sufrimiento si me prometes que no te estás equivocando. Que no vas a volver cuando mis paredes empiecen a edificarse desde las baldosas donde te conocí.

Te voy a querer siempre,
aunque me hayas dejado sola,
aunque todo lo que ha quedado de ti sea este frasco verde que pide a gritos bajar por mi garganta.

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