Aquel aliento de humo parecía la mismísima muerte obligándote a hacerle un jodido deepthroat.
Iba acrecentando el nihilismo ya inherente a mi usada y malgastada razón.
Supongo que es normal, transmutar una sensación con un valor.
¡Dios ha muerto!
Ha pagado un alto precio por su -ojalá- honesta intervención de arrogancia.
Pues, queridos, ni siquiera él tiene el poder de arrancar las esencias de la dulce y plácida inexistencia que reina en la nada.
Comentarios
Publicar un comentario