Ha dejado de tener sentido.
Ya no hay motivos para despertar; no me importa qué hora es, ni en qué día vivo.
Ni siquiera me he parado a pensar en lo poco que falta para la avalancha de cambios.
Tan solo disfruto de la calma antes de la tormenta.
Y duermo, duermo mucho; entendedme, no quiero pensar.
Mi almohada está empapada a tiempo completo porque me despierto más vacía de lo que me acuesto; Morfeo ignora mis plegarias.
Ya no creo en nada en lo que solía creer.
Perdí mi norte mientras las nubes nacían.
Y perdí mi sur cuando el cielo empezó a llorar.
Ahora espero a los rayos; con un poco de suerte, quizá, y solo quizá, me ayuden a perder mi propia mente.
¿Es tan diferente? De una prisión sin barrotes la vida en cursiva sin distracción posible ante el azote del deber, del seguir. Sentencia sin término y luz sin incendio este fuego quema, invisible y sin llamas efímero y enfermo. No me quisiste al principio, yo tampoco al final pero el tiempo nos maldijo y no fuimos quien de olvidar el susurro mortal de tu piel contra mi sed. La redención del inocente que patada tras patada, escondido llora sin prisa, sin demora. Nunca escapará tu voz de este estruendo la mía te sigue sin mirar atrás hacia la elegía de nuestro duelo. No me quisiste al principio, yo tampoco al final pero el tiempo nos maldijo y no fuimos quien de olvidar el susurro mortal de tu piel contra mi sed.
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